Una polla que se levanta,
esa es mi dicha y mi desasosiego. Ir por la calle con el miembro viril alzado atrae las miradas de todo aquel con quien me cruzo. Los hay que vuelven la cabeza poniendo un gesto de repugnancia -como si el sexo no fuera la cosa más normal del mundo-. Otros y otras me persiguen hipnotizados -hay veces que no me dejan descansar en días.-
Lo que peor llevo es “la Pequeñita”, pues al fin y al cabo le saco unos cuantos palmos, tiene frecuentes cabezonerías. Sin más lejos, cuando Ella decide, selecciona y señala a la persona que quiere satisfacer.
No hace poco me acerqué a encuadernar mis últimos estudios.
El convento de las monjitas trabaja bien, con la minuciosidad de siglos de aprendizaje manual.
Nada más llegar la terca “Pequeñita” empezó a tirar de mí con decisión. Por suerte la hermana portera del claustro buscó el hueco entre puerta y puerta y nos dio un poco de caridad religiosa calmando nuestro primitivo deseo de satisfacción.
Tanto influye la “Pequeñita” en mi vida cotidiana que he montado una cátedra de investigación sexual. Cobro un euro por relación ya sea en sesiones monógamas o compartidas. En la última orgía llegué a sumar trescientos setenta y ocho euros. Con frenesí, esta parte preciada de mi cuerpo rotaba como las hélices de un helicóptero, volando de aquí para allá, llenando de goces y enseñanzas a una multitud sexual.
He prometido hablar en mis estudios del coño con más fondo. Incluiré las tetas que igualen las ubres de vaca que hay en la entrada o las de cuatro y hasta seis pezones que he visto en alguna sesión. Por supuesto no olvido los culitos respingones, glotones, como globos… Agrupados en “Erógenos” tengo lóbulos eléctricos, ombligos, profundas gargantas y hasta alguna lengua hiperactiva que lo merece.
Tanto ajetreo y “Pequeñita” no tiene intención alguna en dejar este vicio de altivez que marca su carácter desde mi pubertad.
El goce del macho estudiado desde múltiples facetas ¡es fantástico!, sin embargo no permite exponerme al placer que cualquier mujer es capaz de sentir y esto me atormenta.
Pequeñita no ceja, es ella, tan sólo ella, la que me impide transformar esta forma corpórea para imbuirme en los secretos del sexo femenino:
-“Necesito ser vulva húmeda recibiendo consoladores. Quiero dedos y lenguas paseándose por mi clítoris o experimentar la mirada lasciva sobre mis grandes tetas.”-
Conozco un cirujano, es el rey del transformismo. Sabe cortar, colocar y formar nuevos cuerpos. Tengo dinero, tiempo y ganas. “Preciso sentir el placer femenino”.
Hoy se que el don de “Pequeñita” ha transmigrado en devoción por la glucosa. El azúcar me pone, no lo puedo evitar, desde que soy mujer con un coño laminero y dependiente.
Por cada dulce, como mínimo, trago un pene hasta donde llega. Empiezo a estar gorda, me inflo a marchas forzadas.
Los caramelos de nata son mi perdición, sólo con verlos me excito. Los relamo y obsequio al cuerpo con el almíbar de otro ser, en comunión. Mientras me hincho.
Enfebrecida dejo entrar y salir los regalices por todos y cada uno de los agujeros celestiales, me gusta. Subo como los sidrales, chupo la gominola de coca-cola y explosiono en confetis de colores en esta corpórea funda. Engordo, engroso. Soy el cebo del goce.
El gran placer está cerca. Sigo pidiendo más, me requieren y acudo libidinosa y golosa. Quizá mañana mis amantes puedan leer:
“Gorda explotó dulcemente en la noche de ayer”.
Así sea.
Requiem in Placere.
Amén.
Eloisa Lividinosa