lunes, 18 de octubre de 2010


DISTANCIA Y OLVIDO

DIST

Durante demasiado tiempo allí había estado ella. Me había acostumbrado a llegar a casa a las once de la noche cansado de la rutina diaria de un trabajo que ya no me emocionaba, encontrándola en aquella habitación, cuidadosamente desordenada y apenas iluminada, sentada sobre su cama de un modo indescriptiblemente sensual, dirigiendo su mirada hacia mí, sabedora de que mi llegada disciplinada y puntual, vendría acompañada del frenético apetito carnal, que de manera compulsiva me había invadido sin que yo me resistiera en absoluto, el mismo día que ella decidió unilateralmente que aquello debía ser así.

Ya conocía las reglas: de lunes a viernes durante casi dos meses, yo llegaba; ella estaba esperando siempre en idéntica postura; yo inmediatamente miraba, apenas sin darme tiempo para despojarme de mi americana; ella ponía fin a la espera encendiendo un cigarrillo, cuyo humo la acariciaba en una premonición de lo que sucedería poco después; yo me aflojaba el nudo de la corbata y me situaba frente a ella, de pie, mirándola desde arriba; ella apagaba suavemente el cigarrillo siempre en el mismo cenicero; yo finalmente liberaba mi garganta de la opresión ejercida durante demasiado tiempo por la corbata y el botón que cerraba casi herméticamente el cuello de mi camisa; ella, sentada sobre la cama, conseguía de manera sutil pero eternamente efectiva, que sus hombros aparecieran de un modo mágico, al deslizarse por ellos el suave tejido de una prenda tan sumisa como incalificable, cuyo descenso, parsimonioso en un principio pero brusco y majestuoso después, ofrecía al entregado espectador en que ya me había convertido, la silueta parcamente iluminada de una venus inalcanzable físicamente, pero servida en ofrenda para deleite de mis sentidos, excitados de un modo inexplicable, con la sola certeza de lo que acontecería después; yo entonces, conseguía a duras penas despojarme de una camisa que ya a esas alturas se había convertido en mi enemiga más feroz, y arrancándome posteriormente los zapatos y los malditos y rebeldes calcetines, hacía descender mis pantalones, deshaciéndome de ellos a patadas, cual si fuesen obstáculos que pretendieran impedir la causa por la que de repente había enloquecido; ella entonces, completamente desnuda, cubriendo únicamente su sexo con ambas manos, en un gesto a la vez inocente y pudoroso, se dejaba caer en la cama, y comenzaba a ejecutar un ritual, no por conocido menos excitante para mi, que consistía en acariciar acompasadamente toda la extensión de su penumbroso cuerpo, con una sensualidad a todas luces irreprimible, incidiendo de manera cada vez más precisa en sus regiones prohibidas, consiguiendo a su vez acompasar sus movimientos con el incuestionable placer que a si misma se proporcionaba, consciente como era de la transmisión de su gozo a un ardiente y sumiso observador, cuyos sentidos se encontraban ya envueltos en una corriente de voluptuosidad imparable e incorregible que le abocaría sin ningún lugar a dudas a un éxtasis total; yo mientras tanto, personificando la imagen invisible ya para ella, del espectador embriagado de sensaciones y esclavo de sus instintos, intentaba retrasar el momento en que el más mínimo roce de mis manos en mi sexo pusiese fin a esa enloquecedora ceremonia que finalmente concluiría, en contra de mi voluntad derrotada, con el desbordamiento de un torrente desbocado, que conduciría a mi cuerpo, ya carente del aliento necesario para revelarse, a un estado de semiinconsciencia, obligándole a arrastrarse por el suelo, borracho de gozo, pero empapado de desazón al adivinar el final de aquella sesión, así como su impotencia para conseguir aplazarlo.

Cuando pasados unos minutos, conseguía incorporarme y refirmado en el marco de la ventana, encendía un cigarrillo en la apacible soledad de la noche, su persiana implacable y cruel, ocultaba ya el escenario de mis deleites, impidiendo de manera tajante poder observar los movimientos de mi sagrada sacerdotisa después de su ofrenda, del mismo modo que mi ubicación, en el interior del edificio de enfrente, un piso por encima del suyo, me impedía vislumbrar si algún otro privilegiado espectador disfrutaba cada noche del mismo espectáculo, obsequiándome a mi mismo siempre con la presunción de ser el único destinatario de aquel regalo rayano en lo metafísico.

Hace ya un mes que esa persiana no se abre, pero todavía regreso a casa todas las noches con la ilusión de encontrarla otra vez ahí. Todavía enciendo un cigarrillo asomado a la ventana, intentando imaginar que ella volverá a representar nuevamente esa prodigiosa escena para mí, y deseando ardientemente poder entregarme una vez más a ese adictivo deleite que me secuestró en el mismo momento que se revelo por primera vez ante mis ojos, y sin el que ahora me siento huérfano, carente de voluntad para encontrar nuevos placeres, hastiado y anestesiado, a la espera de que la distancia que siempre me separó de ella se estreche nuevamente con el alzamiento de esa cruel persiana, que se ha convertido en una barrera infranqueable que coarta mis sentidos condenándolos al ostracismo y la lasitud. Y es que desgraciadamente, la distancia no siempre es el olvido.




JABL 29-07-2010




IMAGINACION

Hoy desperté
con tu sílaba pegada a mi garganta, y reconozco que puedo ser poeta o trozo de sal por ti. Degusto tus acordes de manzana, hasta saciar mi frente que piensa tu corazón.

Te imagino silente y descalza, bebiendo de mi copa de polen errante, abrazando mi torso desnudo luego de hacer el amor. Te imagino día que no duerme, otoño desbocado, aguacero que llueve poesía y me moja sin más, abrazando tus pechos transeúntes.

Puedo imaginarme que tu imaginación me imagina, corriendo y proclamando tu cabello, insistiendo en ser insomnio o ventana que resucita la miel de tus ojos. Te imagino copiando el silencio de tu beso, y plantarlo en mis manos, en mis hojas, en mi camino.

Hoy desperté con tus labios hundidos en los míos, y te declaro culpable de completar mi sueño cada mañana…

©Patricio Sarmiento Reinoso
Cuenca, 28 de Abril de 2010




Pintura; Mauricio Vega.





Pósate en mi monte y olvida mi corporeidad, húndete en mis fibras; abraza la blandura de mi cuerpo, inúndame de versos amatorios, asfíxiame con tus deseos reprimidos, y libérame en el recuerdo desterrado, déjame a mí la osadía de alejarme en sueños inconclusos, en amoríos no consumados, déjame a mí la arrogancia de despedirme en el silencio, déjame a mí la culpa de los dolores y privaciones, entrégame el último roce naciente, el aliento agitado de tu boca y abandona una vez más mi monte desnudo que está fatigado de tus encuentros furtivos

Cecilia Vega






LA ABUNDANCIA Y LA ESCASEZ


El se fijo en el color sonrosado de sus pezones y dijo: “parecen tus pechos de adolescente” sin embargo ella siempre había vivido acomplejada de su tamaño y últimamente de que habían caído por su abundante peso. El tiene un miembro viril muy grande según cualquier criterio, pero no se eleva tan apenas por su edad y su enfermedad.

Un día, ella decidió poner la fantasía al servicio de su amor incipiente, y, con un pincel de acuarela pinto de colores el cuerpo de él y al llegar al sexo, el falo se convirtió en un rayo de sol penetrante. Después, entre los pechos de ella suaves e inmensos el líquido denso que da la vida hizo olvidar todas las imperfecciones.

Flor Moreno



La mujer sin pechos y el hombre sin pene.

Ella se vistió con una red plateada pegada a su cuerpo que solo tenia una abertura en la vagina. Unos zapatos de tango alzaba su delgada figura. Él vestido solo con un sombrero de copa que tocaba su cabeza y un consolador artificial en el lugar donde los hombres tienen el suyo propio. En el salón de su casa comenzó la música a sonar, abrazados fuertemente bailaron hasta caer sobre la alfombra. El miembro comprado en la tienda hizo sentir un orgasmo prolongado a ella. El le quito la red. Se tocaron, se besaron, se mordieron… y un placer absoluto les unió hasta el amanecer.

Flor Moreno


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