lunes, 18 de octubre de 2010

Por un puñado de placer

Una polla que se levanta,

esa es mi dicha y mi desasosiego. Ir por la calle con el miembro viril alzado atrae las miradas de todo aquel con quien me cruzo. Los hay que vuelven la cabeza poniendo un gesto de repugnancia -como si el sexo no fuera la cosa más normal del mundo-. Otros y otras me persiguen hipnotizados -hay veces que no me dejan descansar en días.-

Lo que peor llevo es “la Pequeñita”, pues al fin y al cabo le saco unos cuantos palmos, tiene frecuentes cabezonerías. Sin más lejos, cuando Ella decide, selecciona y señala a la persona que quiere satisfacer.

No hace poco me acerqué a encuadernar mis últimos estudios.

El convento de las monjitas trabaja bien, con la minuciosidad de siglos de aprendizaje manual.

Nada más llegar la terca “Pequeñita” empezó a tirar de mí con decisión. Por suerte la hermana portera del claustro buscó el hueco entre puerta y puerta y nos dio un poco de caridad religiosa calmando nuestro primitivo deseo de satisfacción.

Tanto influye la “Pequeñita” en mi vida cotidiana que he montado una cátedra de investigación sexual. Cobro un euro por relación ya sea en sesiones monógamas o compartidas. En la última orgía llegué a sumar trescientos setenta y ocho euros. Con frenesí, esta parte preciada de mi cuerpo rotaba como las hélices de un helicóptero, volando de aquí para allá, llenando de goces y enseñanzas a una multitud sexual.

He prometido hablar en mis estudios del coño con más fondo. Incluiré las tetas que igualen las ubres de vaca que hay en la entrada o las de cuatro y hasta seis pezones que he visto en alguna sesión. Por supuesto no olvido los culitos respingones, glotones, como globos… Agrupados en “Erógenos” tengo lóbulos eléctricos, ombligos, profundas gargantas y hasta alguna lengua hiperactiva que lo merece.

Tanto ajetreo y “Pequeñita” no tiene intención alguna en dejar este vicio de altivez que marca su carácter desde mi pubertad.

El goce del macho estudiado desde múltiples facetas ¡es fantástico!, sin embargo no permite exponerme al placer que cualquier mujer es capaz de sentir y esto me atormenta.

Pequeñita no ceja, es ella, tan sólo ella, la que me impide transformar esta forma corpórea para imbuirme en los secretos del sexo femenino:

-“Necesito ser vulva húmeda recibiendo consoladores. Quiero dedos y lenguas paseándose por mi clítoris o experimentar la mirada lasciva sobre mis grandes tetas.”-

Conozco un cirujano, es el rey del transformismo. Sabe cortar, colocar y formar nuevos cuerpos. Tengo dinero, tiempo y ganas. “Preciso sentir el placer femenino”.

Hoy se que el don de “Pequeñita” ha transmigrado en devoción por la glucosa. El azúcar me pone, no lo puedo evitar, desde que soy mujer con un coño laminero y dependiente.

Por cada dulce, como mínimo, trago un pene hasta donde llega. Empiezo a estar gorda, me inflo a marchas forzadas.

Los caramelos de nata son mi perdición, sólo con verlos me excito. Los relamo y obsequio al cuerpo con el almíbar de otro ser, en comunión. Mientras me hincho.

Enfebrecida dejo entrar y salir los regalices por todos y cada uno de los agujeros celestiales, me gusta. Subo como los sidrales, chupo la gominola de coca-cola y explosiono en confetis de colores en esta corpórea funda. Engordo, engroso. Soy el cebo del goce.

El gran placer está cerca. Sigo pidiendo más, me requieren y acudo libidinosa y golosa. Quizá mañana mis amantes puedan leer:

“Gorda explotó dulcemente en la noche de ayer”.

Así sea.

Requiem in Placere.

Amén.

Eloisa Lividinosa

DISTANCIA Y OLVIDO

DIST

Durante demasiado tiempo allí había estado ella. Me había acostumbrado a llegar a casa a las once de la noche cansado de la rutina diaria de un trabajo que ya no me emocionaba, encontrándola en aquella habitación, cuidadosamente desordenada y apenas iluminada, sentada sobre su cama de un modo indescriptiblemente sensual, dirigiendo su mirada hacia mí, sabedora de que mi llegada disciplinada y puntual, vendría acompañada del frenético apetito carnal, que de manera compulsiva me había invadido sin que yo me resistiera en absoluto, el mismo día que ella decidió unilateralmente que aquello debía ser así.

Ya conocía las reglas: de lunes a viernes durante casi dos meses, yo llegaba; ella estaba esperando siempre en idéntica postura; yo inmediatamente miraba, apenas sin darme tiempo para despojarme de mi americana; ella ponía fin a la espera encendiendo un cigarrillo, cuyo humo la acariciaba en una premonición de lo que sucedería poco después; yo me aflojaba el nudo de la corbata y me situaba frente a ella, de pie, mirándola desde arriba; ella apagaba suavemente el cigarrillo siempre en el mismo cenicero; yo finalmente liberaba mi garganta de la opresión ejercida durante demasiado tiempo por la corbata y el botón que cerraba casi herméticamente el cuello de mi camisa; ella, sentada sobre la cama, conseguía de manera sutil pero eternamente efectiva, que sus hombros aparecieran de un modo mágico, al deslizarse por ellos el suave tejido de una prenda tan sumisa como incalificable, cuyo descenso, parsimonioso en un principio pero brusco y majestuoso después, ofrecía al entregado espectador en que ya me había convertido, la silueta parcamente iluminada de una venus inalcanzable físicamente, pero servida en ofrenda para deleite de mis sentidos, excitados de un modo inexplicable, con la sola certeza de lo que acontecería después; yo entonces, conseguía a duras penas despojarme de una camisa que ya a esas alturas se había convertido en mi enemiga más feroz, y arrancándome posteriormente los zapatos y los malditos y rebeldes calcetines, hacía descender mis pantalones, deshaciéndome de ellos a patadas, cual si fuesen obstáculos que pretendieran impedir la causa por la que de repente había enloquecido; ella entonces, completamente desnuda, cubriendo únicamente su sexo con ambas manos, en un gesto a la vez inocente y pudoroso, se dejaba caer en la cama, y comenzaba a ejecutar un ritual, no por conocido menos excitante para mi, que consistía en acariciar acompasadamente toda la extensión de su penumbroso cuerpo, con una sensualidad a todas luces irreprimible, incidiendo de manera cada vez más precisa en sus regiones prohibidas, consiguiendo a su vez acompasar sus movimientos con el incuestionable placer que a si misma se proporcionaba, consciente como era de la transmisión de su gozo a un ardiente y sumiso observador, cuyos sentidos se encontraban ya envueltos en una corriente de voluptuosidad imparable e incorregible que le abocaría sin ningún lugar a dudas a un éxtasis total; yo mientras tanto, personificando la imagen invisible ya para ella, del espectador embriagado de sensaciones y esclavo de sus instintos, intentaba retrasar el momento en que el más mínimo roce de mis manos en mi sexo pusiese fin a esa enloquecedora ceremonia que finalmente concluiría, en contra de mi voluntad derrotada, con el desbordamiento de un torrente desbocado, que conduciría a mi cuerpo, ya carente del aliento necesario para revelarse, a un estado de semiinconsciencia, obligándole a arrastrarse por el suelo, borracho de gozo, pero empapado de desazón al adivinar el final de aquella sesión, así como su impotencia para conseguir aplazarlo.

Cuando pasados unos minutos, conseguía incorporarme y refirmado en el marco de la ventana, encendía un cigarrillo en la apacible soledad de la noche, su persiana implacable y cruel, ocultaba ya el escenario de mis deleites, impidiendo de manera tajante poder observar los movimientos de mi sagrada sacerdotisa después de su ofrenda, del mismo modo que mi ubicación, en el interior del edificio de enfrente, un piso por encima del suyo, me impedía vislumbrar si algún otro privilegiado espectador disfrutaba cada noche del mismo espectáculo, obsequiándome a mi mismo siempre con la presunción de ser el único destinatario de aquel regalo rayano en lo metafísico.

Hace ya un mes que esa persiana no se abre, pero todavía regreso a casa todas las noches con la ilusión de encontrarla otra vez ahí. Todavía enciendo un cigarrillo asomado a la ventana, intentando imaginar que ella volverá a representar nuevamente esa prodigiosa escena para mí, y deseando ardientemente poder entregarme una vez más a ese adictivo deleite que me secuestró en el mismo momento que se revelo por primera vez ante mis ojos, y sin el que ahora me siento huérfano, carente de voluntad para encontrar nuevos placeres, hastiado y anestesiado, a la espera de que la distancia que siempre me separó de ella se estreche nuevamente con el alzamiento de esa cruel persiana, que se ha convertido en una barrera infranqueable que coarta mis sentidos condenándolos al ostracismo y la lasitud. Y es que desgraciadamente, la distancia no siempre es el olvido.




JABL 29-07-2010




IMAGINACION

Hoy desperté
con tu sílaba pegada a mi garganta, y reconozco que puedo ser poeta o trozo de sal por ti. Degusto tus acordes de manzana, hasta saciar mi frente que piensa tu corazón.

Te imagino silente y descalza, bebiendo de mi copa de polen errante, abrazando mi torso desnudo luego de hacer el amor. Te imagino día que no duerme, otoño desbocado, aguacero que llueve poesía y me moja sin más, abrazando tus pechos transeúntes.

Puedo imaginarme que tu imaginación me imagina, corriendo y proclamando tu cabello, insistiendo en ser insomnio o ventana que resucita la miel de tus ojos. Te imagino copiando el silencio de tu beso, y plantarlo en mis manos, en mis hojas, en mi camino.

Hoy desperté con tus labios hundidos en los míos, y te declaro culpable de completar mi sueño cada mañana…

©Patricio Sarmiento Reinoso
Cuenca, 28 de Abril de 2010




Pintura; Mauricio Vega.





Pósate en mi monte y olvida mi corporeidad, húndete en mis fibras; abraza la blandura de mi cuerpo, inúndame de versos amatorios, asfíxiame con tus deseos reprimidos, y libérame en el recuerdo desterrado, déjame a mí la osadía de alejarme en sueños inconclusos, en amoríos no consumados, déjame a mí la arrogancia de despedirme en el silencio, déjame a mí la culpa de los dolores y privaciones, entrégame el último roce naciente, el aliento agitado de tu boca y abandona una vez más mi monte desnudo que está fatigado de tus encuentros furtivos

Cecilia Vega






LA ABUNDANCIA Y LA ESCASEZ


El se fijo en el color sonrosado de sus pezones y dijo: “parecen tus pechos de adolescente” sin embargo ella siempre había vivido acomplejada de su tamaño y últimamente de que habían caído por su abundante peso. El tiene un miembro viril muy grande según cualquier criterio, pero no se eleva tan apenas por su edad y su enfermedad.

Un día, ella decidió poner la fantasía al servicio de su amor incipiente, y, con un pincel de acuarela pinto de colores el cuerpo de él y al llegar al sexo, el falo se convirtió en un rayo de sol penetrante. Después, entre los pechos de ella suaves e inmensos el líquido denso que da la vida hizo olvidar todas las imperfecciones.

Flor Moreno



La mujer sin pechos y el hombre sin pene.

Ella se vistió con una red plateada pegada a su cuerpo que solo tenia una abertura en la vagina. Unos zapatos de tango alzaba su delgada figura. Él vestido solo con un sombrero de copa que tocaba su cabeza y un consolador artificial en el lugar donde los hombres tienen el suyo propio. En el salón de su casa comenzó la música a sonar, abrazados fuertemente bailaron hasta caer sobre la alfombra. El miembro comprado en la tienda hizo sentir un orgasmo prolongado a ella. El le quito la red. Se tocaron, se besaron, se mordieron… y un placer absoluto les unió hasta el amanecer.

Flor Moreno